viernes, 15 de junio de 2018

El hombre que pintó su cara para bailar.

"El hombre se hace a sí mismo" (Jean Paul Sartre)

Así pensaba cuando terminaba mi estancia en el Instituto.

Estuve dudando entrar en la Universidad. No quería que la Universidad me educase, me educase. Deseaba ser yo el autor de mi principal obra: Augusto Pérez. Entendía que me habían venido esculpiendo, dando una forma que no era de mi agrado. Luché contra aquellos manieristas que tras cada golpe de escalpelo me hacía responder con mi palabra y esta se seguía de una esquirla contra mis ojos.

Responder con mi mano no me resultaba propio de mi naturaleza. Me escuchaba y no me entendía "de Carrara" pero tampoco me desagradaba el ser material "de Llanera". ¿Porqué tener que tener que durar más ańos, si al final no habrá memoria ya que ni el Hombre ni el Universo es otra cosa que ser obra del Hombre y no de Dios, obra del propio Hombre.

Mi padre no quería que yo acudiera al Instituto y, mucho menos a la Universidad. Me recordaba al maestro que le eneñó a preguntarme y no a repetirle.

Mi madre quería que yo acudiera al Instituto y, mucho más a la Universidad. Pero condicionaba mi paso por el Instituto y la Universidad, que no fuera engaňado y que, como consecuencia, "dejes de ser tú" mintieras. Por ello que inistió en enseňarme a jugar "con las cartas boca arriba"

Don Pedro Caravia, mi maestro en Filosofía en el Instituto, Don León Garzón Ruipérez en Física y Don Ovies en Matemáticas, eran el puré, que no la ensalada, de mis padres.

Comencé a leer a Jean Paul Sartre y Marcuse con catorce años. A los trece años conocí a Joël de la que me enamoré.

No hay comentarios:

Publicar un comentario